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DESENCANTO
noviembre 4, 2022

“Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad”. Jean-Paul Sartre.

 

El miércoles quedé con una amiga que decidió separarse hace algo más de un año porque su matrimonio era monótono y, de alguna forma, había dejado de tener sentido. Hace unos meses quedamos para cenar y ella, con un brillo especial en los ojos y un rostro más que radiante, me explicó que había conocido a alguien, a una persona diferente, que la hacía vibrar alto, amar y reconocerse a un nivel que jamás antes había experimentado. Recuerdo aquel día porque la vi más guapa y feliz que nunca. Sin embargo, esta semana su semblante ya no era aquél: cabizbaja, algo triste a pesar de su eterna sonrisa, sin brillo… Me confesaba que seguía enamorada pero que empezaba a ver el lado gris de esa relación que, meses atrás, parecía ser perfecta. Supongo que, de algún modo, su rostro mostraba decepción.

Y eso es lo que pasa cuando uno genera una alta expectativa sobre una relación: conoces a alguien, te ilusionas, ocupas tu mente con su imagen y su esencia a todas horas, deseas verle, compartir, vivir, morir … todo con y por esa persona, hasta que un día, sin saber muy bien cómo ni por qué, de repente, aterrizas y te das cuenta de que tal vez no es tan especial como creías, de que tal vez, esa persona, en modo rutina, es tan normal como cualquier otra. Y entonces, te desinflas y te desencantas porque cae el mito y ves a la persona: sigue teniendo las mismas virtudes, pero las vives con menos entusiasmo. Y, por primera vez, identificas sus defectos que, seguramente, no son ni más retorcidos ni más graves que los tuyos propios, pero no sé, de alguna manera te supone ver el lado oscuro de lo que antes considerabas solo luz. ¡Qué puta la vida! Es muy difícil desapegarse, en lo físico y en lo emocional. Pero también es muy difícil recuperar la magia cuando esta, en algún punto, ha revelado sus trucos…

Pero fíjate que el desencanto no es algo exclusivo del mundo de la pareja. Es algo que vivimos a diario: a veces te desencantas con el trabajo; otras, con tus amigos; otras muchas, con tu familia; o tal vez con el entorno; incluso con las circunstancias o la vida en general… y entonces, ¿realmente todo es tan malo?; ¿Dónde debemos poner el foco?

Lo cierto es que la mayoría tiende (tendemos) a ponerlo sobre el otro o sobre las propias circunstancias: “él ya no es como antes” (¿y si quien ha cambiado eres tú y estáis en distintos planos evolutivos?); “mi trabajo ya no me llena tanto como creía” (¿y si el trabajo sigue siendo el mismo pero eres tú quien se siente insatisfecho con lo que antes parecía suficiente?; “mis amigos han cambiado mucho y ya no tenemos nada que ver” (¿y si eres tú que estás en otra etapa y no quieres o no puedes adaptarte a su visión?); “mi familia no me entiende” (¿y si eres tú quien no hace nada por hacerse entender?), y así un largo etcétera de chupitos de incansable victimismo, que distraen la dirección del verdadero foco y provocan frustración.

Sabemos que las circunstancias cambian, que las personas evolucionan, que los trabajos pueden tomar un rumbo distinto al deseado, pero, en verdad, si somos honestos, el encaje o la falta de encaje con la realidad que vivimos depende, en gran medida (por no decir por completo), de nosotros mismos. Es cierto que muchas veces nos encontraremos con algo que puntualmente no encaja (como le puede pasar a mi amiga con su nueva relación) y no pasa nada: frenamos, reconducimos la decisión y seguimos otro camino. Ahí necesitamos honestidad para reconocer el error y coraje para enmendarlo. Pero cuando la falta de encaje o complementariedad se repite en distintos planos y se torna recurrente, ahí es donde nos tenemos que, tal vez, el foco está en nosotros y no en las circunstancias. Ahí necesitamos humildad para superar el victimismo y mucha purpurina para no caer en el desencanto.

Montse Hernández

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