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COMO JUGAR AL FRONTÓN
octubre 7, 2022

“De lo que ves, créete la mitad. De lo que no ves, no te creas nada”

Ayer por la tarde, mi hija tenía que estudiar el planeta Neptuno, para una exposición oral que tenía hoy, junto con su grupo de trabajo, en el colegio. Me ha pedido ayuda para memorizar sus notas, así que, evidentemente, yo me he aprendido, antes que ella, el texto. Al leerlo, me he dado cuenta de que no era coherente: una frase no encajaba, así que se me ha ocurrido decirle (a la próxima, me lo pienso dos veces) que tal vez esa frase que ella misma había anotado en su libreta no era correcta. ¡La Virgen! Se le nota de dónde le vienen los genes… De forma absolutamente reactiva, sin pensar siquiera en que tal vez había cometido un error al copiar el dictado de su profesora sobre las características de Neptuno, entre sollozos, me suelta: “Lo han explicado tres profesoras: ¿por qué ibas a tener tú razón?” Y la verdad, me ha hecho dudar… Y no es que yo quiera tener la razón. Es que quiero que alguien me explique por qué no la tengo, simplemente. Total, que he leído y releído unas tres mil quinientas veces el texto, y nada, que yo no le he encontrado el sentido… a mí me faltaba algo: un nombre, un adjetivo, un verbo, un algo…

Pero sinceramente, a mí Neptuno, ahora mismo, me la trae al pairo. Así que me la he mirado, he tratado de calmar su pataleta preadolescente y reactiva, acompañada de un llanto incomprendido (por ambas partes) y, tras respirar unas cuantas veces mentalmente, con mis mejores palabras y toda la calma que me ha sido posible, he tratado de hacerle entender que aunque lo hubiesen revisado cien profesores, aquello no había quién lo entendiera… Y que le sugería que, en adelante, no se creyera todo lo que le contaran o le dictaran y que tratara de utilizar esa valiosa herramienta llamada “opinión”, para determinar la coherencia, para replantear la realidad subjetiva y proteger la neutralidad. Pero nada… evidentemente no ha entendido ni una palabra de mi elegante discurso. Al contario, la he liado más: “Ah, entonces, mami, ¿¡no me tengo que creer nada de lo que tú me dices?! Pues muy bien, así haré lo que yo quiera…” Ay, por favor, maldito oportunismo, ¡qué pronto empiezas a forjarte y a arraigarte en las personas!

Así que media hora después de jugar al frontón (porque discutir con ella es como hacerlo con una pared), he decidido parar. No íbamos a ningún sitio así. Y sí, se ha aprendido el texto, literalmente, como ella lo tenía escrito, sin mayor entendimiento, sin mayor coherencia, sin mayor acritud… ¡Qué bajón!

Pero quiero pensar que mi discurso no cae en saco roto y que mañana, cuando le toque exponer, sacará toda su esencia y preguntará por aquello que no se entiende… No lo sé. En cualquier caso, me ha hecho pensar: estamos tan acostumbrados a creernos todo lo que nos cuentan… En distintos ámbitos y asumiendo distintos roles: si te lo cuentan en las noticias, es porque debe ser cierto. Si te lo cuenta tu profesor, tu jefe, tu padre… es porque debe ser cierto. Si te lo cuenta el vecino, es porque debe ser cierto… ¡Y un carajo! Deberíamos poner en duda casi todo lo que nos cuentan. No para incomodar, no para estar en un permanente estado de desconfianza o inquietud, sino para estar en un estado de continuo aprendizaje, en el que, simplemente, las cosas, tras ser escuchadas, se verificasen por la experiencia, por lo empírico y jamás por la comodidad o por el sometimiento.

Deberíamos tener el valor de cuestionarnos casi todo. Insisto, no para incomodar, sino para crecer en libertad, para construir nuestro propio conocimiento, evitando creencias preestablecidas, evitando prejuicios. Eso no quiere decir que uno tenga maestros. Por supuesto, necesitamos fuentes de las que aprender. Pero también necesitamos mentes rebeldes que tengan la honestidad y el valor de poner en duda lo que aprenden. Y desde ahí, desde la duda, con el máximo respeto y la máxima humildad, como siempre, ser capaces de forjar un criterio fundado, una opinión que equilibre lo estudiado con lo empíricamente comprobado. Sólo a través de la experiencia se construye la verdadera historia. Los libros llenan bibliotecas. Las batallas, ganan guerras.

Montse Hernández

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Martínez Comín