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GHOSTING
enero 20, 2023

“Aquellas personas que se van de tu vida sin despedirse, no merecen tu tiempo cuestionándote qué pudiste hacer mal”.

 

Esta semana hemos estado entretenidos con el duelo Shakira-Piqué… Tantas opiniones distintas, tantos prejuicios, tanta exposición emocional… Justo estaba comentando el culebrón con una de mis amigas y, como siempre, lo que empieza siendo una conversación trivial y entretenida, acaba derivando en algo más profundo y personal. Así que, debatiendo sobre la necesidad/honestidad de exponer lo que uno siente (yo soy muy fan de decirlo abiertamente), esta amiga me pregunta: “Montse, ¿por qué a mí siempre me decepcionan?; ¿Por qué no tengo suerte? ¿Debo dejar de ser transparente emocionalmente?” Ella se refería a sus parejas, claro…

¡Qué temazo el de la decepción, la honestidad y la suerte! Pero sin darle demasiadas vueltas, contesté rápido: “te decepcionan poque idealizas y, además, porque muchas personas carecen de madurez emocional”. Al principio ella esbozó una sonrisa a modo… “una de cal y otra de arena, amiga…”, pero verás que, al final, es la conclusión más realista a la que puedo llegar.

Cuando una relación se acaba de forma sobrevenida para una de las partes (porque la otra parte, la que toma la decisión, es conocedora, claro), se siente una profunda decepción. En un primer estadio, entramos en una fase de incertidumbre que, en muchos casos, nos guía a la culpabilidad, nos obsesiona y nos merma la autoestima. Así, empezamos por un “perdona, pero ¡¿alguien me explica qué está pasando?!” y, muchas veces, pasamos al temible “no sé qué he podido hacer mal para que, de repente, esto se acabe”. Esas dos cuestiones se alían y se acomodan en nuestra mente a modo de pensamiento parásito y, durante un tiempo, hasta que conseguimos superar ese duelo, entramos en un bucle de desubicación + látigo que es, de por sí, letal. Pero añádele, además, cómo te sientes cuando la otra parte se muestra impasible ante lo que está sucediendo o peor, ni siquiera se muestra porque, cual fantasma, desaparece y, de la noche a la mañana, deja de formar parte de aquella historia, sin mayor explicación. Es entonces cuando al desconcierto y a la pretendida culpabilidad se le añade la incomprensión, generando una extraña sensación de abandono, tristeza e ira. ¡Menudo cóctel! Como todo en la vida, superar esa relación y ser capaz de pasar página, inexorablemente, pasa por la aceptación. Ahora bien, el camino hasta llegar a ella puede resultar más o menos largo y más o menos doloroso, en función del apego y en función de la autoestima de cada uno.

Hay que trabajar la decepción, que muchas veces trae causa en que hemos idealizado a la otra persona. Sí, la hemos creado (nosotros mismos, porque nadie lo es) tan “perfecta” que, al principio, nos parece imposible que sea esa persona quien nos falla (de ahí que pongamos el foco en nosotros mismos como culpables). Se necesita tiempo y distancia para reconvertir al “semiDios” en ser humano y ver, de forma realista, sus virtudes y sus defectos. Y hay que trabajar también el sufrimiento y la desazón asociados al silencio, al hecho de que una persona importante para nosotros haya salido por la puerta de atrás, sin previo aviso. Superar el descaro de la falta de una explicación razonable con la que, estemos o no de acuerdo, nos ayude a comprender qué ha pasado, requiere de mucha fuerza personal y de mucha autoestima.  

¿El error de mi amiga? Idealizar. ¿Su virtud? Expresar lo que sentía con honestidad, valentía, responsabilidad y empatía. Valores poco arraigados en personas emocionalmente inmaduras.  ¿Su suerte? Aunque duela, el aprendizaje asociado a este tipo de relaciones, que nos recuerdan qué no es bueno para nosotros y, lo más importante, nos recuerdan cómo no queremos ni merecemos que se nos trate. Ni Casios, ni Rolex. Ni Ferraris ni Twingos. Personas, por favor.

Montse Hernández

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