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LÁTIGOS Y UNICORNIOS
noviembre 11, 2022

“La delgada línea entre “no me des ilusiones” y “no me desilusiones”.

 

No sé qué tal gestionas tú tus ilusiones. Yo me doy cuenta de que no las llevo nada bien, la verdad, que me remueven demasiado, que me hacen vivir en una montaña rusa de emociones. Verás, esta semana he vivido, en distintos planos, el impacto de la ilusión y la desilusión, incluso de forma solapada, unido a ese maldito interrogante de qué tiene que ver el destino en lo que nos sucede en la vida y rematado con la incertidumbre de saber cómo debo interpretar las señales si es que, en realidad, las cosas que nos pasan son eso, destellos de lucidez que pretenden decirnos algo.

Y lamento decirte que no he llegado a ninguna conclusión, porque igual pongo una mejilla y me llevo otra hostia, que miro de frente y me llevo un abrazo. Así que ando ahí, entre el sufrimiento y la dicha.

Verás yo soy de ilusionarme mucho con cualquier cosa. Es mi naturaleza. Y lo sé porque es absolutamente irracional e impulsivo. Te diré que mis manifestaciones de energía no siempre se han recibido bien y, en algún caso, hasta chocan con las creencias o la educación que me han inculcado. Mis padres son más de mente racional y científica que emocional. Yo, cual mariposa revoloteando por el campo en un día de lluvia soleada y arcoíris: todo corazones y unicornios. Pero, a la vez, soy extremadamente racional también: organizada, exigente, previsora, dibujante de escenarios probables que garanticen cierto control en cualquier plano… Y oye, ni tan mal. Pero, sin duda, cuando se dispara la parte emocional y trata de hacer sucumbir a la más racional, puede que viva en una alegría desmesurada o puede que mi alma muera de pena. En cualquiera de esos dos casos, me sitúo a dos palmos del suelo. Y claro, no es fácil. Quienes conocen el Eneagrama y saben que soy un 1 de manual, saben perfectamente cuándo mi juicio ordenado se centra (al lado divertido e inocente) y cuándo se descentra (al lado melancólico y frustrado). Así, las ilusiones las vivo intensamente, pero las desilusiones también. Y estoy en constante juego con la resiliencia, tratando de renacer cual Ave Fénix de mis propias cenizas y tratando de equilibrar mi ser, cual volatinera en la cuerda floja.

Si a eso le añado que, según parece, todo en esta vida pasa por algo y que, por lo tanto, debemos estar atentos a las señales, imaginaos… Igual se activa mi radar centrado (el purista, el exigente, el organizado) o igual se activa mi radar descentrado (el de unicornios, corazones y arcoíris). Y claro, según cuál de los dos capte la señal, el resultado, queridos, puede variar, y mucho. Y cuando capta el arcoíris pero interpreta el exigente (o viceversa), ni te cuento el volcán que genera mi mente… Ya dudas de si hay o no señal, de si tu forma de interpretarla es la correcta o no, de si la vida te quiere decir algo en concreto o no…. ¡¿Alguien puede ponerle subtítulos a la vida, por favor, para que me deje claro qué quiere decirme?! Porque es un sinvivir esto de no entender o la incertidumbre que generan los látigos contra los unicornios…

Y, espera, macera todo eso con los demás: sus yoísmos, sus circunstancias, su historia, la tendencia natural y humana a anteponer o a solapar las propias señales y sus interpretaciones a/con las de los demás… Eso puede generar un choque de titanes que una ilusiones o, directamente, que desilusione. Y si a eso le añades que al final a uno no le queda claro si debe o no confiar en el destino o peor, ni siquiera nos queda claro el concepto de destino… pues oye, apaga y vámonos. ¿Sabes qué es para mí el destino? Una suma de sincronicidades. Una oportunidad de aprender a confiar en la vida y una herramienta para interpretarla. Y creer en el destino, no es ni de débiles ni de fuertes. Es de valientes. Porque salirse de lo puramente científico y racional y tener la humildad y la honestidad de desapegarse del impacto de las propias circunstancias (que nos llevan a tomar decisiones desde el ego, solo tomando en consideración la historia de uno mismo) para darse cuenta de que también entran en juego las circunstancias de los demás, es muestra de responsabilidad y generosidad. Creer en el destino no es sucumbir a él o dejarse llevar. Es dimensionar tu propia realidad para darte cuenta de que formas parte de algo más grande que tu propio ser.

Montse Hernández

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Martínez Comín