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ABRAZO Y CAFÉ
febrero 25, 2022

“Si hemos perdido, si hemos ganado, saldemos la cuenta, café con abrazo”.
Canción café con abrazo. Santiago Cruz.

 

Yo soy muy de abrazo. Antes, solía dar solo dos besos (si había cierta confianza) o directamente la mano (si no la había), alternando entre estas dos opciones como forma de saludo. Hasta que descubrí el mundo del abrazo. Te reconozco que al principio me costó. Pero cuando te permites abandonar la rigidez asociada a la vergüenza, cuando sientes las ventajas de abrazar y cuando descubres todo lo que con ese gesto puedes transmitir, te das cuenta de que besar está sobrevalorado porque, en realidad, un labio en la mejilla (no me refiero a otros besos, eh, centrémonos en el saludo) se queda corto, créeme.

Claro que sigo besando y dando la mano, por supuesto. Hay que aprender a reconocer cuándo el otro se siente cómodo con más o menos achuchón. Pero te confesaré que, como animal de contacto que soy (no puedo ni quiero evitarlo), a veces soy un poco malilla y me permito sorprender y tensar al de enfrente, manteniendo respeto por sus límites (normalmente fáciles de captar) pero tratando de sacarle de esa zona de tensión cuando sé que ese abrazo puede ser más beneficioso que esa estudiada rigidez. Cuando sé que realmente, superada la sorpresa y la vergüenza inicial, va a ser bien recibido. Y si dudo, porque no conozco tanto a la persona o porque sé que realmente su límite se toca pronto, entonces, me permito preguntar si les parece bien que les abrace o si prefieren saludar de otra forma. Y más en tiempos covid. Aunque el vestir mascarilla ni impide ni complica el abrazo. Y es maravilloso ver que cuando preguntas si puedes abrazar, la mayoría responde que sí, que por supuesto, y tras el instante de titubeo inicial se funden contigo en un saludo real, de corazón, de esos que superan la mera formalidad y te acercan a la persona.

Y es curioso descubrir que cada persona es un mundo. Porque los abrazos son como el café: te gustan o no te gustan, pero si te gustan, puedes darlos y recibirlos de mil maneras: intensos o descafeinados, largos o cortos, con azúcar o con sacarina, bien calentitos o con hielo. Por eso, si estás atento, en ellos puedes descubrir muchas cosas de la personalidad de la gente, de sus emociones, de cómo están en ese momento. Los abrazos son megáfonos de la emoción y, a su vez, remedios para el alma.

Y es que abrazos, los hay de muchos tipos. Entre los más comunes están los pegaditos, de esos que te rodean a modo pulpo y te aprietan con mucho amor, demostrándote todo el afecto posible, toda la necesidad aparejada a la emoción que se pretende transmitir, todo el anhelo. Esos, sostenidos y calentitos, son sanadores, porque la intensidad te regenera el cuerpo y la emoción te llena el alma. Luego están los distantes: los que apenas juntan cuerpos y acaban pronto, con palmaditas repetidas en la espalda, que sugieren cierta tensión en quien lo recibe, sea porque no le apetece abrazarte en ese momento o porque esa persona, en general, no es muy de contacto. Yo siempre trato de romper esa incomodidad apretando fuerte, pero soltando rápido: comprendo que hay personalidades más de hielo que de fuego, así que le demuestro respeto a sus límites a la vez que manifiesto mi afecto. Y también están los espontáneos, efusivos, que aprietan fuerte, acompañados de un pequeño baile o movimiento corporal, pero que se sueltan igual de rápido que se han generado. Alegría, sin mayor compromiso emocional.

Así que te invito a descubrir cuál es tu mejor abrazo. Porque la vergüenza y la rigidez quitan encanto. Atrévete a sentir el contacto y permítete vibrar alto. Ahí va mi abrazo pulpo para ti.

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Martínez Comín