Volver
ADELANTANDO
septiembre 26, 2022

“Respeta el ritmo de los demás. Cada uno baila su propia música”.

Seguro que os ha pasado alguna vez que vais conduciendo por la autopista y os ponéis en el carril de la izquierda para adelantar al “lentorro” que lleváis media hora aguantando delante, con la intención de, una vez adelantado, volver al carril en el que estáis. Y de repente, cuando estáis casi en paralelo con ese otro coche, cuando estáis en plena acción de adelantar, ese otro conductor empieza a acelerar, como ofendido, haciendo que la única posibilidad para situarse delante de él sea apretar el acelerador a fondo. ¿Qué sentís en ese momento? Yo, que soy de impulso ante lo ilógico, saco mi lado reactivo, y aprieto fuerte el acelerador (como si frenar y no adelantar no fuese una opción viable), hasta que consigo mi objetivo y, mientras tanto, me acuerdo de toda su familia (¿¡qué culpa tendrá?!), dando por perdida mi serenidad. Y al situarme delante de ese conductor, dando por zanjada en esa absurda carrera improvisada, verbalizo mi indignación por haber tenido que dedicar mayor esfuerzo (y riesgo) ante una acción que, de otra forma, hubiese sido fácil y normal, y a la vez, maldigo el haber perdido mi paz en el proceso. Y ni te cuento cómo vivo el que ese mismo conductor me adelante a mí al segundo siguiente de haberlo logrado yo. Y no porque él vaya primero, sino porque sé que su única intención es evitar que yo consiga el resultado de ese adelantamiento. ¡Agotador!

Está claro que cuando te cuento esto es porque me ha pasado durante la semana. Y sí. Tal cual te lo relato arriba, me pasó. No le hubiese dado mayor importancia si no fuese porque me hizo pensar: fíjate que, en la vida, vivimos este tipo de adelantamientos en muchos otros escenarios y no solo yendo en coche. En el trabajo, por ejemplo: a veces sentimos que vamos en la buena dirección, a buen ritmo, ni lentos ni sobrepasando límites, y nos sentimos cómodos y seguros para adelantar en el camino, respetando el ritmo de otros, sin molestarles, pero sin acomodarnos, con la necesidad de alcanzar un objetivo que nada tiene que ver con el otro coche, a pesar de que compartamos la misma carretera porque cada uno se dirige a un destino distinto. Y de repente, ese coche de al lado (que a veces es un compañero, un jefe, o a veces, incluso tu propio cliente), en vez de poner el foco en su volante y seguir su curso, sin saber muy bien por qué, se centra en nosotros, en tratar de impedirnos avanzar, en frenar nuestra evolución para lograr que “nadie le pase delante”. Y es ahí donde me pregunto: que uno acelere, ¿en qué perjudica al otro conductor? No te presiono para que corras ni me meto con que vayas lento, porque tengo la opción de adelantar sin perjudicarte. Vayas tú o vaya yo delante, seguimos conduciendo en la misma dirección. Compartimos carretera, pero no carril ni destino. Entonces, ¿cuál es el problema? Claro, ¡lo tengo!: que al final, si te adelanto, me sitúo delante de ti. Y eso molesta, porque a algunos les gusta sentirse que son los primeros, ya sea por mérito propio o consiguiendo frenar a quienes tienen capacidad de adelantar.

Querido conductor “lentorro”, no te enfades conmigo por tener el acelerador pisado. Mi ritmo no salpica el tuyo. Mi camino no solapa el tuyo, ni siquiera lo roza. Que te adelante no es una amenaza. Tolera y respeta que otros lleguen antes si tú has decido no ir más rápido. Seguimos en la misma dirección, en la misma carretera y, seguramente, tenemos un destino distinto. ¿Qué más te da cuándo llegue yo? Céntrate en llegar tú al tuyo, al tiempo de consideres, al ritmo que te haga sentir cómodo. No te compares. No me frenes.

Querido conductor que adelantas, no pierdas tu paz. Sigue con el acelerador pisado si no te pones ni pones a otro en riesgo. Pero frena y espera si ese momento te incomoda por no ser el adecuado para adelantar. Acepta (aunque no compartas) el calentón del conductor ofendido, pero no normalices ni sucumbas a su respuesta irracional. Respira, valora y respeta tu propio camino. Que un solo conductor no te amargue el viaje.

Recibe nuestra newsletter

Martínez Comín