“Poner interés conecta más que todos esos hilos rojos invisibles”. Elma Roura.
Me han sucedido tantas cosas esta semana que no sé ni por dónde empezar o peor, en qué focalizar este escrito… Tal vez la palabra que más ha resonado, en distintos ámbitos, ha sido la palabra “esperanza”. Un espero verte pronto y darte un abrazo, otro espero que cambies de opinión, o bien un espero que te recuperes y vuelvas pronto a casa, también un espero que no sea nada, otro espero que podamos llegar a plazo, o un espero que las cosas cambien y, a la vez, otro espero que todo se quede como está… Y ahí estamos, esperando no sé muy bien qué…
Y no tengo demasiado claro si esperar es bueno o malo. No sé si a ti te pasa, pero, por un lado, con tanto positivismo, tanta teoría del fluir y tanta sincronicidad, me siento que, eso, debo sentarme a esperar y oye, lo que tenga que ser será y lo que no tenga que ser, pues no será. Pero entonces, me doy media vuelta y me encuentro con emprendedores cañeros que no dejan nada al azar, con mucha teoría del actuar y con mucha incredulidad en el destino y, zasca, me entra la inquietud y me atraganta el hecho de pronunciar el verbo “esperar”, porque oye, igual ya van trescientos trenes perdidos en este ratito que he escrito estas siete líneas de este párrafo… Yo ya no sé dónde estoy, de verdad.
Así que, entre tanto conflicto interno, ante la eterna pregunta de, pero entonces, ¿qué hago?, mi oasis no llega con una clase de yoga o una meditación. ¡Qué va! Yo, como soy muy de contacto, mi paz llega con un abrazo. Que sí, que sí, simple y llanamente con ese minuto de lucidez y certeza que te hace creer a pies juntillas que no quieres nada más que ese abrazo: que te da igual el ayer, el hoy, el esperar o el actuar, porque tú lo que quieres es no hacer demasiado ruido para que el momento no se rompa y no abrir lo ojos para hacer ver que el tiempo se ha detenido…
Y ya te imagino ahí tratando de averiguar quién me da a mí esos abrazos medicinales…. Pues sí, te diré que hay mucho amor y es hiper romántico. Esos abrazos me los da uno de los amores de mi vida: mi hija de 5 años. Por supuesto (y estoy super agradecida por ello) recibo muchos abrazos al cabo del día (es que, de verdad, yo sin contacto no existo), pero los de mi hija, ay…. esos son terapéuticos. Anoche la acosté y mientras ella me cantaba a mí una canción mirándonos a los ojos, frente a frente tumbadas de lado en su camita, me cogió por el cuello, me apretó la cabeza contra su frente y con un dulce “te quiero” me medio rodeó con su bracito por la espalda. Y ahí me quedé, sin pestañear siquiera, hasta que se durmió, esperando que ese momento no acabara nunca. Por su bien, para que descansara tranquila, me salí como pude del abrazo y, sin yo querer, pero por ella, rompí mi magia. Porque a veces tenemos que actuar y dejar de esperar, por un bien mayor, por el bienestar de quienes amamos. Y otras veces está bien dejar de esperar, pero no para actuar, sino para quedarnos donde estamos y con quien estamos. No por resignación, sino por paz. No podemos estar esperando eternamente a que algo suceda… ni podemos actuar constantemente para que todo cambie… A veces lo mejor es frenar y, simplemente, no esperar nada. Y, de verdad, compruébalo, da cierto alivio y genera serenidad el no plantearse nada más que el momento que estás viviendo.
Ahora te toca decidir por qué cosas vale la pena esperar sin actuar; cuáles, en cambio, merecen que te pongas en marcha; y qué otras simplemente requieren de tu plena conciencia en lo que está sucediendo. Y si no lo tienes claro, busca tu mejor abrazo (o lo que a ti te haga conectar) y quédate ahí. Quédate hasta que sientas la paz y la libertad suficientes para tomar las riendas.