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JUMANJI
septiembre 30, 2022

“El origen del sufrimiento es el apego, que crea la ilusión del ego”. Buda.

Esta semana murió, literalmente mi portátil. Y, con él, creí perder mi vida. De verdad: recuerdo ese momento en el que asimilaba que no lograba encenderse como algo catastrófico. Archivos, fotos, documentos, mi todo. El 90% de mi historia y de mi día a día, como mínimo, estaba en el disco duro de ese objeto pequeño y aparentemente ligero. Y me sentí, realmente, vulnerable.

Pero no es lo único que he perdido esta semana. También he perdido a la tía de mi marido (por favor, no tengas en cuenta el orden ni el rango en el que te cuento esto), he perdido un jersey negro que adoraba, he perdido el sofá en el que he visto crecer a mis hijas (bueno, lo hemos cambiado, porque el sofá, en sí, no se puede perder…), y he perdido, en algunos aspectos y en varios momentos, mi confianza, mi fe, mi orden y mi lugar y creo que, incluso, he perdido, ligeramente, hasta la cabeza…

Y eso me ha hecho pensar en el famoso “apego”. Verás, soy una persona que, en muchas ocasiones, me he definido (y me he defendido) como poco apegada. Y realmente, en estos casi 40 años de vida, he creído que a mí lo material (e incluso lo personal asociado a lo material) no me generaba apego alguno: no me ha importado en exceso cambiar de casa, de coche, de ropa o de zapatos… Lo material ha sido siempre algo accesorio y absolutamente prescindible para mí. Hasta que mi portátil decidió no encenderse. Entonces, me di cuenta de cuánta hipocresía había en mi argumento: soy totalmente adicta y dependiente de mi ordenador. Y de mi móvil, y de todo lo personal asociado directa o indirectamente a lo material: sí, he llorado cuando se han llevado el sofá de casa en el que he reído, he llorado, he visto las mejores películas del mundo, he comido la mejor pizza, he dormido las eternas noches de enfermera de guardia o he arreglado el mundo con mi mejor amiga… Dios, sí, lo reconozco, soy adicta y dependiente.

Y es curioso porque, yendo más allá en mi semana, me he dado cuenta de que también genero apegos álmicos, espirituales o personales. Y si mis hijas, mi marido, mi hermana, mi mejor amiga, mis compañeros, o alguien importante para mí se muestra ausente o, por lo que sea, está distante, distraído…, yo, automáticamente, bajo mi nivel de energía, como si perdiera vidas en un videojuego, como en Jumanji. Y me veo a mí misma regulando mi ánimo en función de la presencia y dedicación de los demás, cuando siempre negué esa posibilidad. Pues sí, me veo más o menos optimista en función de mis propias circunstancias y en función de las del resto de personas que me importan. Lo cual, debo decirte, me genera cierta inquietud. Porque eso, en el fondo, de nuevo, vuelve a ser apego…

Y en una semana en la que Roger Federer ha dejado el tenis con una dignidad suprema y con unas imágenes y unos textos que superan cualquier creencia, debo decir que ya no sé qué pensar de tanta letra sobre el apego. Porque si uno de los grandes puede dejar el tenis (no sin sentirlo, claro) y puede, a su vez, demostrar su gran apego a sus compañeros de profesión, entonces, ¿puede convivir el soltar con el mantener? Parece que sí… Et voilà. De nuevo, el equilibrio. Ese gran termómetro de vida que acaba con la tesitura de si ese vaso está medio vacío o medio lleno.

Así que no permitas que, del apego, sea material, sea personal, dependa el ver o vivir las cosas de una manera u otra, porque en el fondo, esa dependencia emocional genera distorsiones en tu propia percepción de la realidad. Y tu vida, tu estado de ánimo, no siempre puede depender de lo ajeno, porque deja de pertenecerte, pasando a ser un estado social.

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Martínez Comín