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¿NECESITAS UN COLCHÓN?
enero 27, 2023

“Ganamos la confianza de aquellos en quienes ponemos la nuestra”. Tito Livio.

 

El otro día fui a recoger a mi hija a inglés. Llegué pronto porque quería aprovechar para preguntar por unas almohadas en una tienda al lado de su academia. Al entrar, había una pareja buscando un colchón. Ella se encargaba de probarlos. Él, la seguía con cierto aburrimiento y resignación. Vi que iba para largo, así que me di quince minutos de margen, con la clara intención de marcharme después, con o sin almohadas. La persona que les atendía se regalaba en explicaciones sobre cada uno de los colchones de la tienda y ella, divertida, los quería probar todos, pidiendo permiso para ponerse de un lado, luego de otro, luego “es que yo duermo así, ¿sabe?” … Y probando, fueron a caer a un colchón que estaba justo delante de la silla en la que me había sentado a esperar mi turno. Tumbada ella, cruzó la mirada conmigo, sonriendo, y yo, haciendo buen uso de mi neurona espejo (que estaba más aburrida que su pareja), sonreí también e, instintivamente, mi cabeza añadió un pequeño gesto empático a modo de asentimiento que todavía no logro entender… Un segundo después tenía a aquella chica preguntándome si me importaría tumbarme con ella en ese colchón, a ver qué me parecía a mí. No sé qué me sorprendió más: si la pregunta, si el hecho que me lo pidiera a mí en vez de a su pareja, o si mi respuesta: me levanté al instante y le dije, “claro, sin problema”. Y allí que me tumbé, con una mezcla de incredulidad y diversión ante la mirada atónita de su pareja y del chico que les atendía. Y ella, ajena a todo, me iba preguntando. Y yo, con toda naturalidad, le iba respondiendo. Así que probé ese y otro más. Y lo paré ahí excusándome en que llegaba tarde a recoger a mi hija (que en realidad, era cierto). Antes de irme, ella me pidió decidir con cuál de los dos que había probado me quedaría, y yo, obediente, respondí. Pero antes de irme también, me dirigí a su pareja y, sin perder la sonrisa, le sugerí: “mejor prueba tú, que serás quien lo use, ¿no?”. Él asintió sin mediar palabra, ella hizo una mueca dándome la razón y el chico de la tienda me dio las gracias sin ni siquiera preguntarme qué narices había entrado yo a comprar… Te diré que me he quedado con la curiosidad de saber si finalmente compraron o no alguno de aquellos colchones. Y, en caso afirmativo, a mi ego le encantaría saber si fue el que yo le propuse. ¡Qué surrealista todo, ¿verdad?! Lo que no me pase a mí…

 

Me pareció curiosa la determinación que le ponía ella en ser la elegida para probar colchones y, a su vez, la falta de capacidad de decisión a la hora de escoger uno. En ese ratito que pude observarla, me dio la sensación de que ella, en general, era una persona indecisa y tímida, pero que ese día se vio arrastrada a llevar la voz cantante simulando iniciativa y extroversión, tal vez para compensar la desidia y la pasividad absoluta de la persona que la acompañaba, y así poder cumplir su objetivo. Y eso nos sucede también al resto: tenemos tantas ganas de algo que, si arrastramos a alguien más a ello, nos sentimos obligados a darlo todo para no admitir que igual no era para tanto el subidón…

 

Me pareció curiosa también la importancia que tenía esa elección para ella frente a la poca relevancia que tenía para él. Pero eso también nos sucede muchas veces en la vida: una misma situación, una misma cosa, dos perspectivas antagónicas, dos reacciones totalmente opuestas.

 

Y me pareció curioso, curiosísimo, el hecho de que mi gesto empático le resultase tan significativo como para acabar buscando apoyo en mí, en una persona extraña, pasando completamente de pedir opinión a su acompañante. Pero eso también nos sucede muchas veces: que nos creemos más la opinión de los de fuera que de los de casa, porque es más fácil encontrar consuelo en quien no sabe tanto de nosotros ni de nuestra historia, porque tiene menos herramientas para juzgarnos.

Montse Hernández

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Martínez Comín