Volver
QUERIDO TOC: ENTONCES, FUI MADRE
julio 1, 2022

“Cuando dejo ir lo que soy, me convierto en lo que debería ser”

Cuando era relativamente joven me dijeron que seguramente padecía TOC. Mi “manía” por ordenar mi armario (por colores; dentro de los colores, en función del tipo de ropa -pantalones, camisas, vestidos…- y, en todo, que las perchas estuviesen siempre con el gancho para el mismo lado), sumado a mi “manía” por seguir el mismo ritual antes de estudiar o de hacer un examen (amuleto en el bolsillo, bolígrafos azules -más de uno, por si se me acaba la tinta, claro- colocados en el mismo orden y a una determinada distancia del folio, siempre la misma), añadido a mi perfeccionismo hasta en lo más básico (si tachaba una sola sílaba tomando apuntes, ese folio se repetía de nuevo, claro), y así un largo etcétera, supongo que llevó a algunos a colocarme esa posible etiqueta.

Más tarde pero no mucho más lejos de aquello, llegó a mi vida el Eneagrama y, cómo no, mi Eneatipo, el 1, el que quiere ser perfecto, encajaba maravillosamente con mi perfil de insatisfacción permanente, porque siempre todo puede hacerse mejor, así que era (y es) de manual, vamos. Igual no era TOC y todo se explicaba con mi Eneatipo…

Luego me comentaron que tal vez eso tenía que ver con lo aprendido desde casa, con la educación recibida de mis padres (aunque te diré que mi hermana no tiene nada que ver conmigo, y oye, te aseguro, que tenemos el mismo padre ya la misma madre). Así que nada, por si acaso, a reprogramar y reaprender para relajar ese perfeccionismo obsesivo.

Pero espera, luego me dijeron que igual en eso también tenía que ver la alineación planetaria al tiempo del nacimiento y mi propósito en la vida, así que nada, a investigar por ahí también…

Pero entonces, fui madre. Si sí, dos veces, que no sé si ese número es perfecto o imperfecto, pero es lo que hay. Y ahí, en la maternidad he encontrado las respuestas a mis delirios. ¿Qué cómo lo he hecho? Facilísimo. Cada día y medio aproximadamente tengo a una hija enferma, con un virus o una bacteria. Cuando no es la mayor es la pequeña y últimamente esta pequeña está sobrepasando cualquier estadística posible. La pobre pilla una detrás de otra, y claro, no levantamos cabeza. Y justo hoy, tras otra semanita sin dormir, siendo cerca de las 12 de la noche (no te voy a decir qué hora es ahora…), estaba yo guardando mi ropa en el armario, tras recoger y doblar minuciosamente una lavadora que puse el lunes (madre mía, sí, el lunes). Y, ¿sabes qué? Que me he dado cuenta de que me ha importado un carajo el color, la prenda o el gancho de la percha, porque mi única prioridad era acabar cuanto antes para poder dormir un rato. Y tras eso, me he dado cuenta de que esta semana he montado tres despachos itinerantes en casa: uno en mi zona de trabajo de siempre, otro en la cocina, y otro en el pasillo que va de la habitación de mi hija al baño. Y no tengo ni idea de dónde está el boli azul, ni el folio blanco, ni la grapadora… Pero vamos, mi prioridad ha sido sacar el trabajo a la vez que cuidaba de ella. Y ni tan mal. Y entonces me he dado cuenta de que durante toda la semana me he ido dejando post-it con mi marido (para no hacer ruido por la mañana, no os penséis que a modo romántico, porque ni corazones ni caritas sonrientes, oiga) y que cada cinco segundos tachaba (o él o yo) el mensaje, porque nuestra rutina ya había cambiado en ese microespacio temporal y había que replantear el día. Y he sobrevivido a las tachaduras con dignidad.

Mira, yo no sé si lo mío se cura o no se tiene por qué curar, pero lo que he aprendido es que lo que tienes hoy, te puede cambiar mañana, así que tampoco vale la pena agobiarse demasiado y perderse en el mundo de los por qué. La vida te da el ostión que mereces en cada momento para aprender lo que has venido a aprender en esta vida. E igual lo hace en lo que para ti es el peor momento, pero todo tiene su cuándo y su parte positiva. Y cuando no te resistes y sueltas, y simplemente fluyes (o sobrevives), te das cuenta de que puedes convertirte en otra versión de ti mismo. Creces.

Recibe nuestra newsletter

Martínez Comín