“Pregúntate si lo que estás haciendo hoy te llevará a donde quieres llegar mañana”.
Walt Disney. Hoy mi hija me ha hecho una de sus preguntas interesantes: “Mami, ¿qué prefieres: que se vaya lo malo o que entre lo bueno?” Sinceramente, al principio no sabía qué responder así que he tirado de espontaneidad: “que entre lo bueno”, le he dicho sin pensar. Y al medio segundo, me he dado la vuelta y le he dicho: “bueno, tal vez que se vaya lo malo, porque así lo bueno que ya está, se queda”. Lo sorprendente de eso ha sido su cara y su respuesta: “Pero ¿de verdad tienes algo malo en tu vida que quieres que se vaya? Mami, yo pensé que todo era bueno… ¿qué es eso que debe irse?” Jolines con la niña…. Así que he optado por responderle que eran cositas pequeñas, de esas cosas que son simplemente mejorables, pero que ella no tenía de qué preocuparse porque ella es una gran parte de todo eso bueno y bonito que quiero que esté y estará siempre conmigo… Y entonces, le he devuelto la pregunta a ella. Y, ¿sabes que me ha contestado? Que para ella todo era bueno. Que no se le ocurría nada malo que tuviese que dejar ir… Y yo, ahora mismo, no quepo en mí de alegría…
Esta semana hemos estado en Disney. Sí, el regalazo por mis 40 (ya sé que parezco más joven y, de hecho, lo soy). Y no puedo estar más agradecida: han sido unos días de magia, sonrisas e inocencia desbordante. No puede gustarme más ese mundo de algodón de azúcar y guion de cuento de hadas… Imagino que de ahí nace el gran entusiasmo de mi hija y su certeza de que todo lo que le rodea es bueno. Qué maravilla ser niño porque nosotros, los adultos, acostumbramos a aterrizar esa ilusión para razonarla, perdiendo parte del interés y cómo no, de la magia, en ese aterrizaje forzoso llamado erróneamente madurez. Pero cuando eres pequeño realmente lo vives tal cual: no es un mundo de recreación y fantasía. ¡Qué va! Para ellos es absolutamente real. Para mis hijas, Olaff existe y regala abrazos calentitos en días de frío… Minnie viste impecables topos en su vestido y La bella durmiente, Aurora, tiene un castillo maravilloso que se ilumina y centellea al anochecer…Y esas calles que para nosotros son las de un caro parque de atracciones para ellas son las de una ciudad real, con sus adornos navideños, su música permanente y sus desfiles de luces, personajes y eternas sonrisas. Claro que sí, para ellas ese mundo existe: una realidad divertida, sin preocupaciones, de luz y color, de cosas buenas y bonitas, de fantasía infinita que les permite mantener su interés a flor de piel y su motivación por las nubes.
Qué importante es que algo nos interese, ¿verdad? Porque cuando pierdes el interés, se esfuma la esencia y, con ella, la ilusión. Y sin ilusión, no hay magia, ni sueño. Y sin sueño, aunque parezca antagónico en términos, dejas de construir tu realidad. Es curioso ver como cuando uno vuelve de un viaje así, lo primero que hace es resoplar y maldecir el choque que provoca volver a la cruda realidad. Curioso ver como tres personas con las que he hablado hoy por teléfono, las tres, sin excepción, me han dicho precisamente esa frase: “¿Cómo llevas la vuelta a la cruda realidad? Qué bajón, ¿no?”. Da que pensar. Y no te digo que uno deba vivir en un mundo irreal lleno de máscaras. Pero creo que entre hablar de “crueldad” en la realidad y hablar de fantasía, uno puede encontrar un término medio que le permita mantener la ilusión sin caer en la ficción. Porque una cosa es soñar y otra muy distinta, delirar. Y, en el extremo contrario, si pierdes el interés por algo, ese algo muere, inevitablemente, porque lo aburres, lo apartas y lo haces prescindible. Así que, si quieres algo de verdad, lucha porque no muera en la rutina. Lucha porque te siga sacando una sonrisa y no un bufido. Somos nosotros mismos quienes creamos y alimentamos al personaje, no Disney. Hay más de real en Mickey que en muchas personas que conozco. Porque la autenticidad no la marca el traje, sino la esencia.