“Un clavo saca a otro clavo, pero el martillazo nadie te lo quita”
No sé si te ha pasado alguna vez que, de repente, la vida te da un vuelco. Hay millones de razones y cada una de ellas es igual de válida, porque su importancia no depende de tu opinión o juicio sino de cómo resuena en la persona que lo vive.
Verás, hay veces que la vida se te despieza por amor: no sé, igual aparece otra persona, de repente, de la que te enamoras locamente, o al revés, tal vez tu pareja te abandona porque ahora su corazón pertenece a otro… O tal vez te echan de tu trabajo de toda la vida, o la empresa en la que estás de repente cierra o qué se yo… Tal vez has descubierto que lo que siempre has amado (o creído amar) ahora te aburre, o tal vez, tus hijos, a los que has dedicado en cuerpo y alma tu vida, abandonan el nido de repente y sin querer saber nada de ti… ¡Qué puta la vida!
Y yo quiero pararme en ese momento, en ese tiempo (sean horas, días, semanas, meses o años) que tu mente y tu cuerpo tardan en asimilar realmente eso que te está sucediendo, ese revés que cambia el curso de tu maravillosa y rutinaria vida. Y es muy curioso ver el comportamiento de las personas. Te encuentras con gente a la que parece no afectarle absolutamente nada y, como camaleones, se adaptan y readaptan a los reveses de la vida, como si aquello no fuese con ellos. De estos, habrá quienes realmente sean almas viejas, curtidas, trabajadas, con su piel envuelta en callos de experiencia que, realmente, acepten e interioricen los cambios con un gran aplomo y serenidad; pero habrá quienes se escondan tras la coraza de aparente normalidad, envueltos en un aroma de valentía o ego superlativo que tapa, sin duda alguna, una vulnerabilidad natural (o normal para cualquier otra persona) y, a la vez, más extrema si cabe. ¡Qué peligro tiene ese personaje que nos creamos para que la vida resbale!
Puede, también, que te encuentres con gente en el extremo contrario: personas absolutamente dramáticas, sumidas en un victimismo enloquecedor, que viven todos los cambios (e incluso las circunstancias ordinarias) como traumas, sin ver atisbo alguno de oportunidad en eso que la vida o el universo les ha llevados a vivir… Son personas que o bien se hunden ellas mismas y no logran, jamás, superar las circunstancias o bien, personas que se medio hunden, pero, además, compensan esa otra mitad hundiendo y arrastrando a quienes les rodean, convirtiendo en un calvario absoluto cualquier minuto tras su particular y subjetiva tragedia…
Y finalmente, en el centro entre cualesquiera de esos dos extremos, te encuentras con personas que respiran equilibrio: las hay que lo encuentran con mayor sufrimiento que gloria (si su inicio es más del lado victimista); y las hay que lo encuentran con mayor placer que látigo (si su inicio es más narcisista). Sea como fuere, como en todo, son personas que acaban asumiendo la realidad que les ha tocado vivir y encuentran la forma óptima (para ellas) que les permite seguir adelante, dignamente, con sus vidas, sin martirizar o culpar la de quienes les rodean.
Y tras el discurso, no deja de venírseme a la cabeza una gran y recurrente frase de mi madre: “Nena, un clavo quita otro clavo”. Claro está que ella acuñó el refrán en mi bendita primera juventud, para levantarme el ánimo cuando algún novio me dejaba (tragedia absoluta), pero creo que hay mucho de verdad en esa frase, para muchas de las situaciones de la vida (evidentemente, no para las que son irremplazables) y, por lo tanto, no es una frase que solo se pueda usar en lo relativo al amor de pareja, sino al amor en general: al final, las personas, esbozamos sonrisas si se nos dan razones para sonreír. Y, una vez sonríes, esa curva ahoga, en todo o en parte, tu pena. Así que sí, es cierto, una cosa sí puede quitar a la otra o, al menos, suavizarla. Así que probemos el arte de renacer. Todo en la vida pasa por algo: igual tu particular drama, sin tu saberlo, se acabar convirtiendo en tu mayor oportunidad. Pero hasta que lo descubras, por favor, afronta y sonríe.