“Si quieres encontrar los secretos del universo, piensa en términos de energía,
frecuencia y vibración”. Nikola Tesla.
Esta semana se me han fundido dos luces en casa: una, en el comedor; y la otra, en el baño de mi habitación. Esta última se ha fundido unas tres veces en este último año. Y es incómodo, porque eso no es una bombilla al uso, qué va: eso es más parecido a una bomba de relojería, donde tienes que usar guantes, sortear cables y coger de forma delicada por las puntas la maldita bombilla alargada de menos de 5 cm de largo y poco más de 0,5cm de diámetro, sin tocar nada más, para que todo salga bien. Cada vez que tengo que cambiarla y desmonto el plafón unido al espejo, dentro del cual se esconde esa peculiar lucecilla, siento que MacGyver, a mi lado, era un aficionado. Que mis habilidades en casa no son el tema: créeme que soy más de letras que de manualidades, así que, para cualquier ser humano mínimamente manitas, esto no es nada. Pero para mí, es un momentazo de subidón a mi autoestima.
Verás, te cuento esto porque una vez me explicaron que el hecho de que se estropeen las cosas (en casa, en el trabajo o en cualquier otro espacio) es porque vibra mala energía. Sí, yo también me pregunté, ¿entonces las cosas no se rompen o se estropean porque sí o por desgaste? Pero mira, me dio vergüenza interrumpir. Opté por escuchar. Y además me revelaron otra cosa más: que si no arreglas eso que se te ha estropeado, entras en una cadena de averías porque esa primera que no se repara atrae a otra, y así sucesivamente. Y esas dos afirmaciones despertaron mi curiosidad y, tal vez, mi inquietud. Y fíjate que ahora a mí se me han fundido dos luces de golpe: ¿casualidad o ley de la atracción?; ¿desgaste, porque sí, o baja energía?
Está claro que hay cosas que a uno le hacen dudar. Y soy consciente. Sin ir más lejos, también me contaban esta semana justamente, que el hecho de que alguien tenga siempre las manos frías es signo de sentimiento de abandono pendiente de sanar. Y está claro que en pleno invierno, mi respuesta fue más irónica que otra cosa: “anda, y si le sumo los pies fríos y la nariz congelada, ¿es signo de que estoy loca de atar?”. Que, ojo, respeto todos los síntomas y creo en muchísimas cosas, pero bueno, unas me resuenan más que otras… Y si bien la de las manos frías me genera más risa que trauma, la de la electricidad… pues mira, me genera más ruido.
Así que mira, yo no sé si será verdad o no, si tendrá algo que ver con el universo o con lo técnico, o tal vez con un poquito de ambos, pero cada vez que se me estropea o se me funde algo que tenga que ver con lo eléctrico, pienso, inevitablemente, en mi nivel de energía. Y, mira, me hago responsable del buen o mal funcionamiento de las instalaciones desde el plano emocional. Y no porque saque el látigo, sino porque, de alguna forma, me sirve para no relajarme y recordarme que tal vez mi energía vibra más baja o más negativa que de costumbre y, de la misma manera que una persona supersticiosa se echa sal por encima del hombro cuando se le vuelca el salero, prefiero curarme en salud y tratar de subir y positivizar mi karma y, rauda y veloz cambio la/s bombilla/s sonriendo, no sea que por mi mala cara tengamos que volver a cambiarla antes de encenderla o, quién sabe, encadene con algo peor…
Más allá de creer o no en estas cosas, está claro que cuando algo se rompe, sea en tu casa, en la de alguien que te importa, en tu corazón o en tu alma, eso debe reemplazarse o resolverse. Porque cargar con algo roto, desgastado o averiado, lastra. Y ya bastante complicadas son las cosas como para jugársela en sumar mala energía. Así que te invito a que saques tu caja de herramientas y repares todo aquello que no funciona, para que esa luz vuelva a brillar.