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MI PRIMER BAÑO
junio 23, 2022

“Lo que crees, creas”

Llevo un mes sin escribir ni publicar nada por devoción. Y no ha pasado nada más grave o más significativo que el transcurrir de la propia vida. A partir de Semana Santa mi día a día se acelera, como ya viene siendo habitual, por la suma de mucho trabajo y de dar clases en la facultad. A este año, además, le he añadido varios virus y bacterias de mis dos hijas, tardíos en época, pero encadenados en tiempos. Y con todo, han resultado ser demasiadas noches en vela. Así que mi inspiración y la pluma que le da forma se quedaron guardadas en un cajón. Hasta hoy, que han decidido salir a rescatar parte de la esencia, y todo por una anécdota que ahora te cuento.

Verás, este fin de semana pasado, el sábado, fue mi primer día de playa de esta primavera-verano asfixiante con aroma de volcán. Fueron 45 minutos, de verdad, porque a mí me gusta el mar y el sol y la arena, pero todo a la vez y repleto de gente, me atraganta. Digamos que yo soy de mar en días cálidos de invierno. Difícil de combinar, pero mira, así soy yo, de bañarme los pies vistiendo jersey de manga larga, soledad en la arena y sol a media asta. Pero bueno, este sábado tocó estrenar baño. Y, como siempre, mi marido llega y se tira al agua, a la primera, sin titubear, como si alguien le pusiera un calentador exprés justo antes de entrar. Y luego voy yo, empezando por el dedito gordo del pie izquierdo y voy entrando, poquito a poco, hasta que unas horas después aún tengo el agua a la cintura y resoplo intensamente con cada ola que se atreve a mojar más. Pues bien, este sábado empecé igual. Y sin saber muy bien por qué, una señora que paseaba dentro del agua justo delante de mí, de aquí para allá, empezó a animarme para que entrase sin pensármelo. Y yo, de forma educada, le iba respondiendo, con una sonrisa, que a mí eso de entrar de golpe me provoca infarto. Pero a esa mujer se le sumó un señor que, muy risueño, empezó a aplaudir y a jalear mi nombre (supongo que lo escuchó de mi marido) para animarme a entrar. Y a ese hombre se le sumó su amigo y a este amigo, su mujer, quien se ofreció a enseñarme cómo se hacía eso de entrar tirándote sin pensártelo. Y justo cuando me estaban contando que yo debía hacer como Los Pingüinos de Madagascar, que cuando uno entra al agua, todos le siguen, se sumó otra mujer, mi vecina de la izquierda en la toalla, sugiriéndome que entrara ya o no lo haría en toda la mañana… Y de golpe me vi siendo la protagonista de la mañana del sábado en la playa de Mataró, donde 5 personas me animaban a la vez para entrar al agua, mientras otras 20 miraban desde sus toallas a ver qué pasaba con la chica del bikini negro (yo) y con el socorrista, que pasaba por allí y ralentizó el paso por si necesitaba ayuda… ¿Qué os parece? A mí, cuanto menos, surrealista. Así que sí, claro, por supuesto, me solté la coleta y me metí en el agua, con grato placer para mis espontáneos y cierta presión para mi primer baño. Y sin dar crédito a tanto jaleo, me salí muy dignamente, me sequé y nos fuimos, no sin antes despedirme de todos “mis amigos”. Peroooooo cuando pasé por delante del chiringuito que ya da salida a la carretera, de nuevo, un señor aún se atrevió a preguntarme: “chiquilla, qué, ¿te metiste al final?”. ¡Increíble!

Nunca me había pasado nada tan curioso, de verdad. Y entonces pensé que en realidad no era yo. Porque yo simplemente era una más en la playa. Fue esa necesidad de socializar, de recordarnos que tenemos que disfrutar del mar, de la arena, de contagiarnos de la energía del sol, de hablarnos sin mascarilla, de vernos la sonrisa, de ser amables y empatizar, porque bastante nos hemos contenido ya por culpa del bicho…. Y me recordé a mí misma que hace falta muy poco para hacer de algo insignificante la historia del día. Y que esa historia la puedes crear para bien (y reírte, y hacer pasar un buen rato) o para mal (y generar ruido, y construir negativamente) y que está en nosotros decidir cómo queremos que sea la historia, cómo queremos contarla y lo mejor, cómo queremos que sea compartida. Porque yo podía haber reaccionado de mil maneras, pero ese instante de sonrisa dio pie a un rato divertido para unos cuantos, incluida yo misma. Así que antes de contar la historia, piensa qué quieres hacer con ella, porque de tu guion depende el final del cuento.

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Martínez Comín